sábado, 25 de abril de 2015

24.- ROSEGONS


 RECORDS DE LA MEUA INFÀNCIA. PUBLICAT EN EL DIARI LES PROVÍNCIES 

20-12-2014.  





Por Navidad los días eran cortos. Nada más levantarse, se encendía la chimenea pues hacía un frío de mil demonios y era la única fuente de calor disponible. Una achicoria o malta con el agua caliente de la tetera que arrimaban a la lumbre y añadiendo en la taza trozos de pan duro, hacían lo que llamaban sopas y les que servía de desayuno. Para mí un buen vaso de leche calentada con un cazo que tenía el mango de baquelita medio quemado por las veces que había entrado en contacto con las llamas a la que añadían cola cao y que mojando con un buen trozo de coca maría hacía que el día empezara de maravilla. 

Mi abuelo arreglaba las participaciones de la lotería de Navidad por el número de terminaciones, pues el día del sorteo se sentaría con la radio, un papel y un lápiz para intentar apuntar los números principales que salieran y saber así si le tocaba algo. Todo un ritual que se repetía año tras año. 

Mi abuela y mi tía seguían enfrascadas en ultimar los dulces de navidad que ofrecería a todos nosotros en la comida del día de Navidad. Tenía elaborados los “pastissets d’ametles” rellenos de boniato, con anís, sin anís, de gloria, “mantecaes”… pero de lo que más orgullosas se sentían era de sus ROSEGONS. Para ello, habían molido almendra repelada no muy fina. Por cada Kg mezclaba 600 Gr de azúcar y ralladura de corteza de limón. Bien mezclado añadiría tres huevos y conformaría una masa después de pastarla un buen rato. Harían bolas un poco más grandes que una nuez dándoles pellizcos con los dedos para sacarles puntas a la pasta. Las depositaría sobre papel de hornear en bandejas. En el horno de leña a fuego medio, los hornearía, mirando que no se quemarán. En media hora estarían hechos y una vez enfriados, los guardarían dentro de una caja de cartón preparada al efecto para que no les diera el aire y no se secaran en demasía, de lo contrario se harían duros como una piedra. Según contaban ellas, está receta iba pasando de generación en generación desde tiempos remotos, pues la conocían de toda la vida y no en todos los pueblos sabían hacerla.

Aun que me costara alguna palmadita en mis manos si me descubrían, no pude aguantar la tentación y me agencié algunos de los que di buena cuenta.